José R. Pedraza (Córdoba). El Salón de Actos de nuestro centro educativo fue el marco en el que se clausuraron los actos conmemorativos del 50 aniversario de la creación del IES Averroes (1972-2022). Fue en julio del año pasado cuando, confeccionando el programa inicial de la efeméride, soñábamos con cerrar los actos con una conferencia de altura. Y así se ha producido un año después.Con presentación de Pepa Cobos, directora, Javier Fernández nos deleitó con una disertación titulada “El compromiso educativo en la sociedad actual”, título propuesto desde la Comisión Organizadora del 50 aniversario y que aceptó sin rechistar como un reto que había que despachar.
Comenzó la ponencia resaltando la importante labor que el profesorado realiza en un contexto reconocido de dificultad en el que nada de lo que sucede puede entenderse como fácil, sí como normal porque la sociedad es más compleja que nunca lo fue, y muestra de ello es la diversidad y complicación que tiene intentar sacar para adelante a todo el alumnado cuando los factores que inciden para explicar nuestra realidad no siempre son lo halagüeños que cualquiera quisiera.
Remarcó el inspector Fernández el ajuste que quería hacer en su alocución con respecto al título, y así subrayó el sentido cualitativo que tiene el trabajo en educación planteado como reto, como pasión, como constante mejora, como superación de dificultades. Sobrevoló los cambios legales habidos en los cincuenta años de vida del instituto, pasó de puntillas por las nueve leyes promulgadas y mencionó algunas de las principales modificaciones que ha traído el transcurso del tiempo. Ello nos conduce a caminos de desorientación que nunca sientan bien cuando hablamos de formación de personas: “no puede ser que seamos incapaces de construir un consenso”.
Hizo hincapié en la construcción eufemística que hemos hecho de las cosas de enseñar y de aprender, lo cual no sienta nada bien. Mejor llamar a las cosas por su nombre. El lenguaje es fruto de intenciones. Las intenciones no son inocentes para producir determinado discurso, debiendo tener mucho cuidado con todo ello. Y lo que no debemos olvidar a su juicio es la importancia del aula, el sitio en el que los profesionales deben poner todo su empeño, todo su interés a sabiendas de que el marco normativo puede ser resultado de luchas de poder que no siempre tienen claro cuál es el mejor futuro de una juventud que es depositaria del destino social de una sociedad, valga la redundancia.
Tiró de números. Cuantificó la posición de España a nivel educativo en el marco de la OCDE (puesto 25 de 34 aliados), y sobrevoló los datos que reflejan el estado de la juventud hoy en España, los cuales no son favorables ni en términos absolutos y ni comparativos. Todo ello, matizó, no puede llevarnos a una infravaloración de lo conseguido hasta los días que corren, desde la obligatoriedad escolar hasta los dieciséis años hasta la reducción de los índices de analfabetismo o los datos actuales de matriculación en las diferentes etapas educativas postobligatorias.
Defendió la educación como un mundo de oportunidades, todas aquellas en las que las dificultades se transmutan cuando se trabaja unidos en favor de la mejora de los resultados, sabiendo qué y cómo se quiere. Apeló al alumnado a estudiar, a aprovechar la oportunidad que se les brinda puesto que nada es gratuito. La disposición de la plaza escolar es el esfuerzo de generaciones y de la sociedad actual que, gracias a sus impuestos, permiten a técnicos y políticos mantener la oferta que otrora no hubo para muchos de nuestros mayores (“sois hijos de la generosidad de generaciones”).
Con valentía clamó por la necesidad de abandonar prejuicios y complejos e hizo una encendida defensa de la democracia como el sistema que permite el avance de todas las capas sociales, entenderla como “una obra de arte social” que debe ser defendida, una defensa propia frente a los “ignorantes”, todas aquellas fuerzas que antepondrán la violencia, la ley del más fuerte, la esclavitud por encima de los derechos humanos. Abogó por que es la educación general la única que puede traer libertad, capacidad para gobernarnos autónomamente como personas ciudadanas en un mundo que tiene motivos suficientes para defenderse de “los malos”, entiéndase aquellas tendencias que no abogan por el pensamiento crítico y libre de las gentes. La salvaguarda de una democracia adulta es la educación, la buena educación.
En la segunda parte de la comunicación, Fernández Franco defendió la educación como una inversión, no como un gasto, como el potencial de crecimiento en todos los sentidos de un país. Repasó los efectos positivos que la educación puede tener para un pueblo, desde la empleabilidad hasta la mejor remuneración pasando por una consistente protección social. Hizo una relación directa entre el nivel de estudio y los niveles de vida y de calidad de vida.
Con vehemencia expresó que “no puede el apriorismo ideológico guiar la política y el análisis educativo”. Mal camino para entender la educación como riqueza, como fuente de progreso. “Nunca un profesor será una carga social, un buen profesor nunca resultará caro”.
Criticó la posibilidad de que cualquier instancia niegue el talento de las personas, y no se pueden “buscar excusas o tirar balones fuera”. Con maestría centró el debate educativo apelando al realismo educativo frente a los tentáculos tentadores del negacionismo frente al pesimismo, las y los que niegan realidades ante los y las que todo lo ven negro. Ay, qué pena. Denunció a los falsos profetas que defienden utopías en casa de los demás (nuestro aplauso en este punto), y volvió a reflexionar sobre la responsabilidad de cada cual, del alumnado, de las familias y del profesorado.
En la recta final troqueló un bello y límpido panorama en el que talló con fuerza el concepto “esfuerzo, sí, esfuerzo”. Arguyó la huida de un victimismo que nos lleva a preguntar siempre qué puede hacer la educación por uno mismo (“Y yo, ¿qué puedo hacer yo por la educación, por mi oficio, por mi alumnado?”). Llamó a la educación “ancla de salvación”, especialmente en ámbitos desfavorecidos como en el que nos encontramos.
Cerró, llegando a la hora escasa de oratoria, con la enumeración de “tres valores educativos y un deseo”: los valores son coraje para vivir (de cara en la vida), generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir; y el deseo: la paz educativa, que no sea la educación la arena para la confrontación.
Tras haber citado a varios clásicos, desde Sócrates a Locke, terminó con Immanuel Kant, el que dijo que no puede ser nada más que la educación la que nos puede dar forma de hombres. Poco más o menos. Ni más, ni menos.
Excelente colofón a los innumerables actos conmemorativos. Nuestra felicitación a Javier por tan brillante disertación (con la que esperamos contar por escrito lo antes posible) y enhorabuena al profesorado que acudió al acto con su alumnado, destinatario principal del sentido de la conferencia. Inmejorable guinda.
Autor: José Ramón Pedraza Serrano, vicedirector del IES Averroes.