Pensando en cómo acercarme al mundo pictórico de mi buena amiga Estrella, me viene a la mente algo que dijo el gran maestro Antonio López a propósito de su pintura: que él pintaba todo aquello que no era capaz de explicar; la pintura es justamente eso, la necesidad de intentar atrapar en el lienzo ese instante que no deja indiferente, el hilo conductor que conecta el mundo de las emociones con la realidad que nos rodea; y en medio de ese viaje interior de ida y vuelta incesante de lo emocional a lo racional, surge la genialidad y el talento del artista, capaz de hacernos partícipes de esa su emoción.
En ese viaje interior me he encontrado muchas veces a la Estrella persona, observadora contemporánea de su mundo y profundamente espiritual, y a la Estrella artista, de talento maduro y sereno, que ha encontrado sus señas de identidad en el poso dejado por los años de búsqueda y experimentación plástica.
Regina Ortega
Estrella es una pintora que se prodiga poco, a pesar de que su obra es de una gran calidad técnica y expresiva. Ha tenido una sólida formación y ejerce la profesión de restauradora, circunstancia ésta que junto al hecho de que durante varios años llevó una tienda de Bellas Artes -en la que además de a comprar íbamos a aprender- le da una autoridad en cuanto a conocimiento de los materiales artísticos. En el mundo del arte ocurre muchas veces que fama y merecimiento no siempre están en consonancia y en este caso es evidente.
Regina Ortega, en el comentario de la exposición, trae a colación algo que dijo el maestro Antonio López: “que él pintaba todo aquello que no era capaz de explicar. La pintura es justamente eso, la necesidad de intentar atrapar en el lienzo ese instante que no deja indiferente, el hilo conductor que conecta el mundo de las emociones con la realidad que nos rodea; y en medio de ese viaje interior de ida y vuelta incesante de lo emocional a lo racional, surge la genialidad y el talento del artista, capaz de hacernos partícipes de esa su emoción.” No es casualidad que se la compare con el gran realista ya que, sin que ella pretenda imitarle y con las diferencias propias de estilo y luminosidad se puedan establecer con el castellano, es equiparable en cuanto a profundidad, a emociones reservadas para aquél que se acerque a su obra con la mirada limpia del que desea descubrir el mundo de nuevo.
Carmelo López de Arce